Diseño y Cultura
1. El Diseño y los Cambios en los Medios de Producción
El diseño y los cambios en los medios de producción*
Oscar Salinas Flores
La revolución industrial
El desarrollo industrial sin paralelo de países como Inglaterra en los siglos XVIII y XIX, tuvo su origen en el siglo XVI, cuando los grandes propietarios ingleses transformaron sus tierras cultivables en vastas extensiones de pastizales para aumentar la competitividad de la industria lanera del país en relación con otros mercados externos.
Esto repercutió en un éxodo rural hacia las ciudades en el tiempo en que empezaban a aparecer los primeros talleres, que luego darían lugar a las manufacturas inglesas, acentuando el proceso de formación de una clase de empresarios capitalistas, dueños de los medios de producción, y de un proletariado industrial desposeído de sus tierras.
Al aumentar la competencia entre los nuevos empresarios, sus ganancias debían reinvertirse en la producción de un nuevo capital capaz de extraer más plusvalía, aumentando la productividad del trabajo con técnicas más eficientes.
De esta manera, el proceso de acumulación del capital requirió un progreso cada vez más acelerado.
En la industrialización de la rama textil se utilizó en un principio la energía hidráulica, abriendo la primera brecha en las antiguas técnicas manuales, multiplicando primero la acción de la mano y utilizando después la fuerza mecánica en el proceso primario del hilado. La enorme producción de estas máquinas hizo que se emplearan en una escala tan grande, que la capacidad de los pequeños ríos próximos a las fábricas textiles se agotó. Y entonces, en 1785, se dio el último paso lógico, que fue el de adaptar la máquina de vapor de Watt para mover los telares.
El empleo de la máquina de vapor para suministrar fuerza a la industria, fue lo que vino a unir a las dos ramas -hasta entonces separadas- de la industria pesada y la industria ligera, creando así el moderno complejo industrial que se ha propagado por todo el mundo.
El productor, poseedor de un pequeño capital -formado por acumulación o por despojo- se encontró por primera vez en condiciones de imponer su dirección y los cambios que le convenían en el proceso de producción “de un modo verdaderamente revolucionario”, en oposición al dominio que el comerciante ejercía sobre la producción de los pequeños artesanos.
A partir de este momento, la aparición de nuevos inventos y la aplicación de la fuerza virtualmente ilimitada del vapor en diversos sectores de la producción y la comunicación, generó, como afirma Bernal, un desarrollo pleno de conexiones, que darían como resultado el panorama industrial del siglo XIX:
La historia de la maquinaria, en su gran fase creadora de los siglos XVIII y XIX, muestra una interrelación continua entre las crecientes exigencias del comercio y la industria, y los nuevos medios de producción -máquinas, motores, materiales- que crearon nuevas posibilidades para su utilización con provecho. La necesidad de disponer de mayor cantidad de telas y vestidos llevó a la introducción de la maquinaria textil; la necesidad de obtener mayores cantidades de carbón trajo consigo las primeras máquinas de vapor (necesarias para desaguar los cada vez más profundos tiros de las minas); y la necesidad de disponer de transporte barato para las mercancías cada vez más abundantes hizo que se produjera la innovación radical de los ferrocarriles.
A la vez, tan pronto como un nuevo mecanismo o un nuevo material se desarrollaba para satisfacer dichas necesidades, surgían nuevas empresas y ampliaciones que antes parecían imposibles o ni siquiera se sospechaban; fue así como la máquina de vapor, que se desarrolló originalmente para el bombeo, se adaptó después al horno rotatorio y a la forja del hierro y, finalmente, suplantó a la rueda hidráulica para dar impulso a las máquinas.
Mas tarde, montada en un barco o en un vagón, se hizo automotriz y dio así nacimiento al buque de vapor y al ferrocarril. Y de una manera análoga, el hierro y el acero producidos a bajo costo para llenar las necesidades específicas de la construcción de maquinaria, provocaron una revolución en la construcción de otras máquinas, de vehículos, de buques y de edificios.
Efectivamente la máquina de vapor de Newcomen -que para 1712 ya se utilizaba en las minas de Dudley Castle, Watt- y su adaptación posterior en locomotoras y diversas máquinas industriales por gente como Stephenson y Williams, dio paso a importantes adelantos tecnológicos que se introdujeron primero en el campo de la producción fabril y posteriormente fueron útiles para satisfacer la demanda de los diversos bienes de consumo en los núcleos urbanos.
Como resultado de este agitado desarrollo industrial, a mediados del siglo pasado el panorama era el siguiente:
Con el abaratamiento de la producción, se elimina casi por completo al sistema de producción artesanal, obligando a los artesanos -al igual que a los campesinos- a emigrar a los centros industriales para ofrecer ya no los productos que elaboraban sino su fuerza de trabajo, creándose así la nueva clase social del proletariado.
Las ciudades donde se ubican las industrias crecen desproporcionadamente, y los obreros se concentran en viviendas miserables e insalubres soportando largas jornadas de trabajo que niños y mujeres compartían a causa del desmedido afán de lucro de muchos industriales, que no tuvieron más preocupación que su ganancia. Pevsner, con un ejemplo, nos muestra la precaria situación en que laboraban los obreros:
Nunca había estado el trabajo más desamparado en la historia europea. Las horas de trabajo, eran entre doce y catorce, las puertas y ventanas de las fábricas se mantenían cerradas. A los niños se los empleaba entre los cinco o seis años. Sus horas de trabajo fueron reducidas en 1802, después de luchas prolongadas, a doce horas por día. En 1833, 61.000 hombres, 65.000 mujeres y 84.000 niños de menos de dieciocho años trabajaban en las hilanderías de algodón.
Esta brutal explotación de los obreros y la aglomeración en las ciudades alejaban cada vez más la posibilidad de una vida satisfactoria para la clase trabajadora. Sin embargo, con el establecimiento de la producción industrial se abrió la posibilidad de aprovechar la máquina para reducir el esfuerzo del hombre en el trabajo y mejorar sus condiciones de vida. De una u otra manera, las grandes ciudades aprovecharon los adelantos científicos y tecnológicos para hacer más eficientes sus servicios, y se proveyeron de alumbrado eléctrico para las calles, de un mejor transporte y de sistemas hidráulicos modernos, entre otras cosas, para tratar de elevar el nivel de vida de la población; productos como las armaduras metálicas para camas, introducidas en la época y producidas en serie y a bajo costo, aportaron comodidad e higiene a la gente de escasos recursos: el hierro colado no albergaba parásitos, y si la cama se rompía, sus partes podían ser reemplazadas fácilmente.
El mercado se llenó de productos cuya característica principal era la ausencia total de belleza.
La mecanización vino a transformar los objetos de uso cotidiano cuando el fabricante se propuso aprovechar los adelantos tecnológicos para reproducir masivamente todos aquellos productos artesanales -e incluso obras de arte- que la gente tenía en gran estima por su valor estético y su alta calidad fruto de una excelente factura. Unido a este afán de copiar, que nació de la demanda, el industrial empezó a agregar a la estructura de sus nuevos productos una ornamentación inspirada en estilos artísticos muy gustados en el pasado:
Así, una cantidad considerable de patentes británicas proponían medios diversos para simular la artesanía con formas de imitación y materiales utilizados, de acuerdo a su descripción, para “el recubrimiento de cuerpos no metálicos, el recubrimiento de superficies de artículos de hierro fundido, o el mastique o cemento que pudieran ser aplicados como una piedra artificial y para recubrir metales. El uso del galvanizado y la galvanoplastia aumentó en gran escala, lográndose cubrir el yeso con una fina capa de metal para darle el aspecto del bronce”. Con este procedimiento se popularizó el ocultar un material barato con otro más valioso, tendencia que acentuó aún más la simulación en la industria. Estampar, prensar, taladrar y fabricar matrices o moldes en la producción de objetos de uso común, era cada vez más frecuente.
En 1838 ya se patentaban “medios para producir superficies con figuras hundidas y en relieve, para imprimir a partir de ellas, y también moldear, estampar y repujar”.
La demanda de adornos llega a su apogeo, y entre 1830 y 1850 se crea todo un arsenal de materiales sustitutivos cuyo efecto en la industria persiste aún actualmente.
Tomado de:
* SALINAS FLORES, Oscar. Historia del diseño industrial. México: Editorial Trillas, 1992.
El desarrollo industrial sin paralelo de países como Inglaterra en los siglos XVIII y XIX, tuvo su origen en el siglo XVI, cuando los grandes propietarios ingleses transformaron sus tierras cultivables en vastas extensiones de pastizales para aumentar la competitividad de la industria lanera del país en relación con otros mercados externos.
Esto repercutió en un éxodo rural hacia las ciudades en el tiempo en que empezaban a aparecer los primeros talleres, que luego darían lugar a las manufacturas inglesas, acentuando el proceso de formación de una clase de empresarios capitalistas, dueños de los medios de producción, y de un proletariado industrial desposeído de sus tierras.
Al aumentar la competencia entre los nuevos empresarios, sus ganancias debían reinvertirse en la producción de un nuevo capital capaz de extraer más plusvalía, aumentando la productividad del trabajo con técnicas más eficientes.
De esta manera, el proceso de acumulación del capital requirió un progreso cada vez más acelerado.
En la industrialización de la rama textil se utilizó en un principio la energía hidráulica, abriendo la primera brecha en las antiguas técnicas manuales, multiplicando primero la acción de la mano y utilizando después la fuerza mecánica en el proceso primario del hilado. La enorme producción de estas máquinas hizo que se emplearan en una escala tan grande, que la capacidad de los pequeños ríos próximos a las fábricas textiles se agotó. Y entonces, en 1785, se dio el último paso lógico, que fue el de adaptar la máquina de vapor de Watt para mover los telares.
El empleo de la máquina de vapor para suministrar fuerza a la industria, fue lo que vino a unir a las dos ramas -hasta entonces separadas- de la industria pesada y la industria ligera, creando así el moderno complejo industrial que se ha propagado por todo el mundo.
El productor, poseedor de un pequeño capital -formado por acumulación o por despojo- se encontró por primera vez en condiciones de imponer su dirección y los cambios que le convenían en el proceso de producción “de un modo verdaderamente revolucionario”, en oposición al dominio que el comerciante ejercía sobre la producción de los pequeños artesanos.
A partir de este momento, la aparición de nuevos inventos y la aplicación de la fuerza virtualmente ilimitada del vapor en diversos sectores de la producción y la comunicación, generó, como afirma Bernal, un desarrollo pleno de conexiones, que darían como resultado el panorama industrial del siglo XIX:
La historia de la maquinaria, en su gran fase creadora de los siglos XVIII y XIX, muestra una interrelación continua entre las crecientes exigencias del comercio y la industria, y los nuevos medios de producción -máquinas, motores, materiales- que crearon nuevas posibilidades para su utilización con provecho. La necesidad de disponer de mayor cantidad de telas y vestidos llevó a la introducción de la maquinaria textil; la necesidad de obtener mayores cantidades de carbón trajo consigo las primeras máquinas de vapor (necesarias para desaguar los cada vez más profundos tiros de las minas); y la necesidad de disponer de transporte barato para las mercancías cada vez más abundantes hizo que se produjera la innovación radical de los ferrocarriles.
A la vez, tan pronto como un nuevo mecanismo o un nuevo material se desarrollaba para satisfacer dichas necesidades, surgían nuevas empresas y ampliaciones que antes parecían imposibles o ni siquiera se sospechaban; fue así como la máquina de vapor, que se desarrolló originalmente para el bombeo, se adaptó después al horno rotatorio y a la forja del hierro y, finalmente, suplantó a la rueda hidráulica para dar impulso a las máquinas.
Mas tarde, montada en un barco o en un vagón, se hizo automotriz y dio así nacimiento al buque de vapor y al ferrocarril. Y de una manera análoga, el hierro y el acero producidos a bajo costo para llenar las necesidades específicas de la construcción de maquinaria, provocaron una revolución en la construcción de otras máquinas, de vehículos, de buques y de edificios.
Efectivamente la máquina de vapor de Newcomen -que para 1712 ya se utilizaba en las minas de Dudley Castle, Watt- y su adaptación posterior en locomotoras y diversas máquinas industriales por gente como Stephenson y Williams, dio paso a importantes adelantos tecnológicos que se introdujeron primero en el campo de la producción fabril y posteriormente fueron útiles para satisfacer la demanda de los diversos bienes de consumo en los núcleos urbanos.
Como resultado de este agitado desarrollo industrial, a mediados del siglo pasado el panorama era el siguiente:
- Una enorme capacidad industrial que habría de transformar el panorama urbano en el mundo occidental, originando grandes núcleos poblacionales que demandarían cada vez más artículos de consumo para su vida cotidiana y servicios públicos más eficientes y modernos acordes con el desarrollo que estaba teniendo lugar.
- Una gran cantidad de artículos fabricados en forma masiva que sustituyeron a los productos artesanales, los cuales desaparecieron prácticamente del mercado, desplazados por la abrumadora presión de la nueva planta industrial.
- Los nuevos artículos, manufacturados en forma iterativa, reflejaban una marcada despreocupación por parte de los industriales de tomar en cuenta los aspectos formales y estéticos en los productos que introducían en el mercado, limitándose a resolver sólo el funcionamiento técnico.
Con el abaratamiento de la producción, se elimina casi por completo al sistema de producción artesanal, obligando a los artesanos -al igual que a los campesinos- a emigrar a los centros industriales para ofrecer ya no los productos que elaboraban sino su fuerza de trabajo, creándose así la nueva clase social del proletariado.
Las ciudades donde se ubican las industrias crecen desproporcionadamente, y los obreros se concentran en viviendas miserables e insalubres soportando largas jornadas de trabajo que niños y mujeres compartían a causa del desmedido afán de lucro de muchos industriales, que no tuvieron más preocupación que su ganancia. Pevsner, con un ejemplo, nos muestra la precaria situación en que laboraban los obreros:
Nunca había estado el trabajo más desamparado en la historia europea. Las horas de trabajo, eran entre doce y catorce, las puertas y ventanas de las fábricas se mantenían cerradas. A los niños se los empleaba entre los cinco o seis años. Sus horas de trabajo fueron reducidas en 1802, después de luchas prolongadas, a doce horas por día. En 1833, 61.000 hombres, 65.000 mujeres y 84.000 niños de menos de dieciocho años trabajaban en las hilanderías de algodón.
Esta brutal explotación de los obreros y la aglomeración en las ciudades alejaban cada vez más la posibilidad de una vida satisfactoria para la clase trabajadora. Sin embargo, con el establecimiento de la producción industrial se abrió la posibilidad de aprovechar la máquina para reducir el esfuerzo del hombre en el trabajo y mejorar sus condiciones de vida. De una u otra manera, las grandes ciudades aprovecharon los adelantos científicos y tecnológicos para hacer más eficientes sus servicios, y se proveyeron de alumbrado eléctrico para las calles, de un mejor transporte y de sistemas hidráulicos modernos, entre otras cosas, para tratar de elevar el nivel de vida de la población; productos como las armaduras metálicas para camas, introducidas en la época y producidas en serie y a bajo costo, aportaron comodidad e higiene a la gente de escasos recursos: el hierro colado no albergaba parásitos, y si la cama se rompía, sus partes podían ser reemplazadas fácilmente.
El mercado se llenó de productos cuya característica principal era la ausencia total de belleza.
La mecanización vino a transformar los objetos de uso cotidiano cuando el fabricante se propuso aprovechar los adelantos tecnológicos para reproducir masivamente todos aquellos productos artesanales -e incluso obras de arte- que la gente tenía en gran estima por su valor estético y su alta calidad fruto de una excelente factura. Unido a este afán de copiar, que nació de la demanda, el industrial empezó a agregar a la estructura de sus nuevos productos una ornamentación inspirada en estilos artísticos muy gustados en el pasado:
- Las máquinas empezaron a producir masivamente estatuas, cuadros, jarrones, macetas y alfombras. Simultáneamente, el mobiliario empezó a abotagarse y sus formas se hicieron más vulgares. Siguió un nuevo relleno de la habitación con toda clase de objetos exigidos por la creciente demanda de ornamentación. Cuanto menos costosa resultaba la producción, más florecían estos adornos.
Así, una cantidad considerable de patentes británicas proponían medios diversos para simular la artesanía con formas de imitación y materiales utilizados, de acuerdo a su descripción, para “el recubrimiento de cuerpos no metálicos, el recubrimiento de superficies de artículos de hierro fundido, o el mastique o cemento que pudieran ser aplicados como una piedra artificial y para recubrir metales. El uso del galvanizado y la galvanoplastia aumentó en gran escala, lográndose cubrir el yeso con una fina capa de metal para darle el aspecto del bronce”. Con este procedimiento se popularizó el ocultar un material barato con otro más valioso, tendencia que acentuó aún más la simulación en la industria. Estampar, prensar, taladrar y fabricar matrices o moldes en la producción de objetos de uso común, era cada vez más frecuente.
En 1838 ya se patentaban “medios para producir superficies con figuras hundidas y en relieve, para imprimir a partir de ellas, y también moldear, estampar y repujar”.
La demanda de adornos llega a su apogeo, y entre 1830 y 1850 se crea todo un arsenal de materiales sustitutivos cuyo efecto en la industria persiste aún actualmente.
Tomado de:
* SALINAS FLORES, Oscar. Historia del diseño industrial. México: Editorial Trillas, 1992.